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                                                                           "La Covacha"

                                                   (Lautaro Lamas, Editorial Sem Nome, 2015)

 

 

 

 

                                                                             Capítulo I

 

"Cuando pensó que todo pasaría fue que la lluvia arreció con mayor intensidad. Caía como sicayese del mismísimo cosmos; como si el cielo fuese de agua y esa tarde reventara como unapileta de goma rajada por un rayo. Llovían copiosamente goterones diluvianos. Llovía muchomás que agua, llovían ríos, llovía mares, llovían las lágrimas de todos los dioses vencidos. Y élestaba ahí para mirarlo. Viendo cómo subían las aguas de las calles mientras todo quedabatapado por ese líquido grosero e inmensamente bello: agua rejuntada, agua que tomaba lasformas de todo lo que devoraba, como una víbora sagrada, como un sapo hecho de agua quese alimentara de agua, respirara agua y estuviera en el agua. Todo agua, y él allí arriba, con sumujer dormida y la pava del mate en el fuego con el agua a punto.Tenía el pijama puesto. En un pie una pantufla y el otro con una media. Los brazos caídos a loscostados, relajado como jamás lo había estado o más bien paralizado, detenido por la fuerza dela imágenes que ni en sueños se hubiese animado a imaginar...y ahora era un único testigo. ¿Como Noé? pensóNo,Noé no era sereno, ni portero, ni siquiera escuchaba chamamé Noétal vez había sido un invento de los siglos y él era tan real, tan de carne y hueso como loshabitantes del edificio y sus compañeros del nacional y los muchachos de la pelota paleta queseguramente todos, todos, estaban bajo agua. Habían subido con tal violencia, la crecientehabía sido tan feroz y pareja que solo él, y su mujer que dormía en la cama, se habían salvadopor habitar esa covacha de la terraza del más alto de los edificios nuevos.Fué hasta el anafe y retiró la pava casi hervida. PutapensóAhorame quemo el paladar yestamos completos Sacóla tapita de la pava y la apoyó sobre la otra hornalla. Sacudió el matecomo un autómata y le clavó la bombilla en seco, como jamás de los jamases lo hubiesehecho; después sí volcó un chorrito de la pava en el mate armado, rompiendo de esa manera elúnico e inalterable ritual que tenía hasta ese momento.Corrió la ruedita del volumen de la portátil para comprobar que solo salía el ruido a lata de la amno enganchada, así en todo el dial. Faltaríaencima la voz de Monti Ensu cabeza lospensamientos nacían novedosos, como no solía pensar; algo irradiaba ideas con cierta gracia,irónicas. Se dió cuenta de eso y se enfocó en el techo y las paredes, miró si hacían agua, no, elagua ahora estaba abajo. Elmundo del revéspensóAhorame llama Prátola y me dice quesalió la sucesión Seguíanlos pensamientos novedosos, con luz de cinismo. El agua se lepasó al tibio pero siguió chupando, tenía buen sabor igualmente ese mate lavado en la segundacebada, que corría rápido y amargo por el paladar y saciaba una sed tal vez incentivada por laenormidad de agua que pasara por sus ojos. Aguas que ahora estaban calmas, es decir, nocalmas como una laguna ni un charco sino con la calma del río abierto que aunque rizado,correntoso y tenaz mantiene una calma en su movimiento. Se veían distintas correntadas yendoy viniendo, algunos remansos y remolinos Comopara no, con tanta antena ysòlo eso, agua ynada más que agua. Habían quedado en medio de un enorme mar de agua dulce. Solo agua,algunas cosas indescifrable flotando a la deriva, y su covacha, allá arriba, la que nadie queríapor alta, por comerse los soles y los vientos, los fríos y las calores, su covacha intacta, seca ,tibia, inmejorable.Desde la cama en el entrepiso sintió la voz resquebrajada de su mujer  - Viejo ¿llovió?-."

"Niño toba"

Publicado por El corán y el termotanque

27/07/15

 Encontré una cabeza del Dios Qom. La encontré revolviendo basura adentro de un contenedor. Me metí pensando que me metía adentro de una tortuga. Pero al ratito me di cuenta por la basura. La cabeza del Dios Qom estaba entre unos trapos que parecían de frazada. Cuando la ví me sonrió y le brillaron los ojos. Pero después me pareció que se enojaba y la volví a guardar en su cucha de trapos. Pero me dio pena y la volví a sacar. Me miraba. No hacía ruido. Solo miraba. Estábamos los dos solos ahí metidos. Casi oscuridad. Como esa que entra en mi casa, entre las chapas, cuando termina la noche. La cabeza del Dios Qom me miraba como me mira mi perro cuando tiene hambre. Solo mira y no dice nada, él sabe. La cabeza del Dios Qom miraba y en un ojo vi como si aparecieran estrellas. Chiquitas pero brillantes como las del basural. Me gusta a veces la noche en el basural porque se ven muchas estrellas. Chiquitas y brillantes como las que había en un ojo de la cabeza del Dios Qom. El otro ojo estaba empañado. Entonces levanté la cabeza con las dos manos y la puse enfrente de mi cara. Nariz contra nariz. Y vi que por el ojo empañado lo que se veía era lluvia. Mucha lluvia. Como cuando llueve con todo y el agua entra a mi casa y yo miro para afuera y sólo veo lluvia cayendo y chapas mojadas. En el ojo lluvioso de la cabeza del Dios Qom se veía como un bosque detrás de la lluvia. Como selva. No había pájaros ni nada. Sólo árboles y lluvia. Entonces dejé de mirar y acerqué la oreja a la cabeza del Dios Qom a ver si escuchaba algo. Pero sólo se oía mi corazón. Y mi respiración. Y me pareció que la cabeza del Dios Qom quería dormir. La enrollé con los pedazos de frazada y la dejé ahí tranquilita. Entre unas bolsas que tenían olor a comida. No me dió pena dejarla. Me pareció que era lo que quería. Me sentí tranquilo ahí al lado de ella. Como cuidado. Pero me dieron ganas de seguir. Agarré mi bolsita. Levanté la tapa de la tortuga. Cerré los ojos por tanta luz. Y salí del contenedor.

 

 

 

 

Lambi - Lambis

Lambi - Lambi 26

 

En la parrilla del Averno cocinan la carne de los descarriados y las alusivas; en el balcón del Edén cuelgan las barbas y las tetas caídas aquellos y aquellas que obedecieron las palabras escritas con sangre y mirra; en cambio, en el Purgatorio, cagarán todos ustedes, infelices, que no creyeron este bonito cuento: ...dicen que los vieron por primera vez volando alrededor de la casucha. La cocinera los descubrió y fue a llamar a la encargada; esta señora, de caderas altas y huesuda como un reno, se aturdió sobremanera y de súbito fue a encargarse a la matrona. Cuando llegó la Señorona se escucharon sus collares resonar en las paredes del pasadizo, después corrió la cortina de perlas orladas y asomó su cabezota de vaca coronada. “Manden perros a oler las madrigueras”, ordenó como una bruja que le habla al caldero. Las muchachitas más frescas se alborotaron al escuchar las noticias, parecían libélulas presintiendo la tormenta. Las que se encargaban del alimento consultaron en sus estantes si los venenos, las raíces y los hígados de aquellos peces alcanzarían a colmar los anhelos. Hubo unas horas de gran incertidumbre en la aldea y las enramadas del bosque. La última vez que atravesaron sus dominios la matanza fue cegadora, y a los cuerpos les llevó varias lunas reponerse. En el anfiteatro techado y reverdecido ensayaron conjuros y movimientos certeros. A medida que la noche se asomaba los lomos empezaron a distenderse. Con la primera estrella movieron las colas. La oscuridad les devolvió sus potestades. Encendieron fogatas y cocinaron pájaros exóticos que guardaban en corrales con sus alas truncadas. Dejaron abiertas las jaulas de las menos licenciosas para que bailen desnudas y así bendecirse de rocío. A media noche lo vieron aparecer arrastrándose en el fango: les llamó la atención su tórax huesudo, y la serpiente de su entrepierna.      





Lambi - Lambi 52

 

Sonaba el viento en la punta de los yuyales y clavó la faca certera en la aorta del caballo acabando para siempre con sus relinchos. Los ojos del bruto brillaron, parpadearon y se apagaron para siempre como esas estrellas que mueren lejos en el cielo. Quedaron como dos brasas que se bañan con agua: apagados, ciegos y muertos los dos ojos negros del caballo echado. El otro bruto, el que sacaba la faca puntuda y sangrante del cogote del animal, al contrario, ganó brillo en su mirada. Sus dos ojitos achinados brillaron como si recién los hubieran lustrado. Brillaban como brillan en la noche del monte los ojos de los gatos, los lobos, las serpientes. Quedó un rato arrodillado sobre la bestia que ya no respiraba, y de su mochila rotosa sacó una cuchilla filosa como el borde de la noche cuando el amanecer la corta, desangra y degüella con su filo de luz. Con su cuchilla crepuscular empezó a despostar al caballito tibio que cada tanto vibraba por los últimos impulsos eléctricos de su cuerpo, o porque le daba trabajo entrar dando brincos en el potrero de la muerte. Eso nadie lo sabía. Los yuyales, arriba, se movían ondulados por el viento de la noche; noche cerrada y oscura como los pensamientos de ese hombre que desguazaba al equino e iba metiendo los grandes trozos de carne caliente en unas bolsas de arpillera que tenía en su mochila. Sus manos trabajaban con prisa y exactitud. Se manchaban de sangre que en esa oscuridad parecía negra y opaca. Fueron sólo unos minutos y el caballo quedó despostado ahí en esos yuyales próximos al basural. Entonces, tal vez ensordecido por acercarse al final de su faena, no sintió que trazando un sendero en los altos yuyales, se acercaban hombres armados, lo apuntaban, disparaban en su nuca, y lo dejaban ahí tirado, junto a la cabeza peluda y el espinazo del animal.

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